
Transformarse para reblandecerse, tornarse blanda para la transformación. Ser blanda y cambiante, lejos del granito. La artista e investigadora blanca arias aborda en su primer libro, Blandito, blandito (cielo santo), "lo blando" como fuerza resiliente y libertaria, un reto que conecta las prácticas feministas con el cuerpo, la erótica y la poesía y que ensalza la obra de nombres como Mari Chordà, Sarah Lucas, Lorenza Böttner o Sara Ahmed. Comisaria y mediadora, Arias se pregunta cómo combatir —ablandar— la rigidez patriarcal desde el feminismo y la entraña, pasando por las diferentes texturas de aquello que es capaz de plegarse, arrugarse, volverse hacia sí mismo. ¿Es posible 'enternecer' el museo?, ¿cómo enfrentar una Historia del Arte anticuada y violenta?, ¿qué papel juega el arte en todo esto? Blandito, blandito es un viaje sensitivo bañado de intuiciones. Es tierno y, por supuesto, es político. Está vivo.
El libro contiene una extensa bibliografía, está plagado de referencias. Eso sí, insistes en que no es ni "una enciclopedia" ni "una tesis", sino "un cuento blando". Lo poético pesa sobre lo académico.
Como otras mujeres y personas queer, siempre he tenido el síndrome de la buena estudiante, porque cuando se te socializa como alguien al margen, una de las formas de reclamar una centralidad es a través de la intelectualización de una misma. Era muy importante para mí que en este libro la forma acompañara al contenido, porque la escritura académica no me hace sentir cómoda. Es de todo menos blanda. Por eso me permití ir hacia algo más poético.
Y da la sensación de que lo disfrutaste…
Totalmente. Todo lo que hago en la vida lo hago desde un apasionamiento. A veces me desborda y siento que acaba imponiéndose a mi persona, pero vivo la práctica artística y comisarial desde mi amor a las imágenes. Mi labor como educadora me ha enseñado que para que la gente conecte con una obra debo ser honesta con lo que esta me hace sentir. El entusiasmo, incluso como práctica política, es algo que forma parte de mi persona. Es un vitalismo que está muy presente en las obras que elijo, porque siento que se mueven, que me cuentan cosas de mí misma, o de la vida, que aún no sabía.
Todo ello pese a las condiciones en las que abordaste la escritura. "En las vacaciones de agosto —no pagadas, de autónoma—, en los huecos (...) entre dos trabajos a tiempo parcial, dos comisariados externos, la redacción de un texto para otro libro, la preparación de una performance, un proyecto artístico, una ponencia y un curso". ¿Cuánto tiempo te llevó?
Te va a sorprender esta respuesta, pero he escrito el libro en cuatro meses. Es muy poco tiempo teniendo en cuenta que soy una persona pluriempleada, y me gusta decirlo porque es importante resaltar las condiciones materiales en las que pensamos. Es un libro que he escrito mayoritariamente en horizontal, tumbada en mi sofá. No quería renunciar a ese tiempo, pero lo utilizaba para trabajar. No estaba obligada a hacerlo así, porque mis editoras son increíbles, pero la ilusión por investigar fue lo que me animó a ello. Por otro lado, la limitación temporal me permitía ser más valiente y priorizar mis experiencias y lecturas con lo blando, sin profundizar en todo lo que se había dicho ya sobre eso.

¿Dirías que esta forma de trabajar refleja una situación precaria como trabajadora en el mundo de la cultura?
Es una respuesta superdifícil de dar ¿sabes? porque hay una tensión muy rara entre estar haciendo muchas cosas y tener éxito. Siento que ahora mismo estoy en un buen momento de mi carrera porque tengo muchos trabajos, y a la vez pienso que quizás lo que realmente sería un éxito sería tener un único trabajo... Pero como en el mundo de la cultura el éxito está muy asociado a la visibilidad —porque cuantas más cosas haces, más visible eres—, no puedes sostenerte con un solo proyecto. Todo el tiempo tienes que estar haciendo bolos aquí y allí. A mí no me haría feliz estar 40 horas en una oficina, pero ¿cómo de demandante es intelectual y creativamente tener que estar produciendo discurso todo el rato? Es realmente agotador. No disfrutas del todo porque no puedes sumergirte en nada y ahí, obviamente, se ve la precariedad del ámbito de la cultura.
"Siento que ahora mismo estoy en un buen momento de mi carrera porque tengo muchos trabajos, y a la vez pienso que quizás lo que realmente sería un éxito sería tener un único trabajo"
Precisamente, en Blandito, blandito comentas que el descanso asegura el buen hacer artístico: se puede crear desde el bienestar.
Es muy importante. Y, de hecho, hay una cosa que siempre me ha molestado mucho, y es esta idea de que para generar buenas obras tienes que estar perturbada, como si el tormento fuera un buen amigo de la creación, pero yo nunca he podido hacer nada si no estaba bien anímicamente, si no estaba descansada. Durante mucho tiempo creí que no era una buena artista por eso. Pensaba: 'Si cuando estoy mal no puedo crear, ¿qué soy?'. Debemos generar imaginarios donde las artistas se permitan el tiempo libre, la lectura, hablar entre ellas... Porque si no, no arrancamos.
Piensas en lo blando en relación con el cuerpo. ¿A qué lugares te ha llevado bucear en este concepto de una manera tan profunda?
Esto es una experiencia muy personal, pero durante la escritura empecé a notar mucho más algunas partes del cuerpo de las que antes no era consciente. Eran esas zonas más encarnadas, las que tienen que ver con la entraña, con la víscera. También empecé a tomar conciencia de unas texturas de las que antes no era para nada consciente, como los fluidos, la baba... El cuerpo aparece en el libro como la materialidad primera donde aprendemos que lo blando es posible. Es un lugar de enunciación. Pienso mucho en esto que dice Adrienne Rich de que la geografía primera es el cuerpo, antes que la ciudad y lo demás.

También mencionas en diversas ocasiones a la escritora e investigadora Sara Ahmed. Ella dice "que ser supersensible a algo es ser sensible a algo que no se ha superado".
Esa frase me ha acompañado mucho durante el libro y, en general, durante la vida, porque valida mucho a las personas que somos o se nos ha llamado 'intensas'. Tu emocionalidad no está mal. Es una forma válida de sentir el mundo y aporta una capa de lectura a la que probablemente muchas no pueden acceder por esta desafección generalizada en la que estamos viviendo… La validación de lo emocional me ha acompañado en el libro por esta necesidad de hacer caso a lo que me resuena. Me interesa proponer un acercamiento más democrático al arte desde la posibilidad de dejarnos afectar por lo que nos rodea.
Las investigaciones de Ahmed también pasan por la teoría queer, muy presente en el libro. Hablas de Adriana Cavarero, Paul B Preciado, Lorenza Böttner, Sophie…
Lo queer es el lugar desde donde vivo el mundo, y hasta ahí llego a través de una experiencia que es, primero, corporal, y, luego, intelectual. Soy una persona que construye muchísimos altares de referentes. Pienso en las muertas queer, en esos nombres que aparecen en el libro y que llevan mucho tiempo conmigo, como Gloria Anzaldúa... Pero en Blandito, blandito hay algo político que va más allá de mí. Por ejemplo, en la bibliografía no hay señores, solo mujeres, personas trans y no binarias.
"Hay una cosa que siempre me ha molestado mucho, y es esta idea de que para generar buenas obras tienes que estar perturbada, como si el tormento fuera un buen amigo de la creación. Yo nunca he podido crear si no estaba bien anímicamente"
Volviendo a Lorenza Böttner, ella se queda sin brazos a los nueve años. En 1982 se embadurna de yeso el cuerpo y representa a la Venus de Milo, lo que consigue que su presencia, más que rechazo, genere admiración. Te hago la misma pregunta que tú lanzas al aire: ¿por qué tanta complicación para apreciar, en la calle o en la cama, la belleza de un cuerpo que dentro del museo admiramos?
He aprendido tanto de Lorenza Böttner… Una de las hipótesis subterráneas del libro es que en esta vida todo lo podríamos aprender de las personas trans y no binarias. Cuando Lorenza entra a una sala de exposiciones siendo una persona sin brazos, pero vestida de la Venus de Milo, deja de ser vista como en la calle y empieza a serlo como una obra de arte. En ese gesto irreverente de preguntar '¿Qué haríais si el arte cobrase vida?' Nos está realmente lanzando una pregunta que nos puede acompañar en general en la vida. Las imágenes nos enseñan a amar los cuerpos que nos rodean, pero también hay otras formas de materia de las que nos podemos enamorar felizmente.

¿Hasta qué punto la materia está 'viva'?
Hay una cosa que digo de la mano de Jane Bennett, y es que este libro está guiado por un amor irracional a la materia, una materia que no establece diferencias entre mármol o carne. Esto pasa incluso con los objetos no artísticos. Por ejemplo, puede ocurrir en casa con los libros. A veces tienes la sensación de que vibran a tu lado. Te están recordando que los continúes, que los sigas leyendo, como esa flor que ves en un campo y que de repente te pide que te acerques a ella, cuando hay muchísimas otras flores alrededor. También me interesa empatizar con lo que ha sido objetualizado, porque hay muchas personas que hemos vivido el mundo desde ahí, pensando que éramos objetos o siendo tratadas así a menudo por la sociedad.
Escribes dos cosas sobre el museo que están interrelacionadas: animas a entenderlo como un cuerpo y también a "enternecerlo, no por capricho, sino por necesidad".
El museo tiene una responsabilidad política con la sociedad. Como cualquier cuerpo, existe en un lugar-tiempo determinado y, por lo tanto, tiene una situación que no es neutral ni imparcial, sino que está empapada de una serie de decisiones lógicas que le piden responsabilizarse, ubicarse. A finales del siglo XX y principios del XXI, esta idea del museo como cubo blanco, como superficie completamente impermeable, lo ha protegido mucho: los museos han sido lugares para la crítica que no han sido capaces de absorber la crítica. Pero también es cierto que esto ya no ocurre con todos y que, de hecho, se están enterneciendo porque las artistas y otras trabajadoras de la cultura hemos demandado que reconozcan sus responsabilidades y empiecen a mojarse. El museo está empezando a ser capaz de temblar cuando el contexto está también temblando.
"El museo tiene una responsabilidad política con la sociedad"
Esto que comentas suena esperanzador, teniendo en cuenta que en el libro mencionas el genocidio en Palestina y la negativa de algunos museos a posicionarse, algo que, paradójicamente, va en contra de su propio discurso.
Soy extremadamente optimista, pero es bastante aterrador que haya un montón de instituciones que sean incapaces de posicionarse sobre realidades tan graves como la que se vive en Palestina. Esto es decepcionante y quita la máscara a muchas instituciones que decían estar políticamente posicionadas. Ahí se ve todo lo que es el activismo performativo, ese que nos va muy bien para hacer un post de Instagram, pero que luego no tiene ningún tipo de consecuencias en el día a día. Tengo fe en que las cosas cambien y, especialmente, en los departamentos de educación y de programación pública. Ahí pasan cosas que, aunque no sean tan visibles, son capaces de removerle las vísceras al museo.
Más allá del museo, afirmas que a día de hoy resiste una versión "violenta" y "adormecedora" de la Historia del Arte. ¿Cuál es? ¿Y cómo enfrentarla?
Es la Historia del Arte que he estudiado yo, a excepción de la que me enseñaron un par de profes que me salvaron la vida. La Historia del Arte, como la Historia en general, acostumbra a ser bastante rígida. En ella no conviven bien las líneas temporales ni la posibilidad de lo cíclico. Es una materia que tiene que ver con lo triunfalista y con una forma de entender la influencia entre artistas que es muy jerárquica y consecuencial: 'Miró hizo esto porque Picasso pudo hacer esto otro', ¿sabes? Hay una historia que no se entiende sin la anterior. Además, estamos muy cegadas con los nombres de señores de pelo blanco que, además, están muertos. Eso, por cierto, es una cosa que me interesa mucho, porque en esa subyace el mensaje de que no podrás ser artista hasta que te hayas muerto, cuando, en realidad, el arte es una práctica y una profesión que se hace en el día a día y que no tiene nada que ver con la trascendencia, sino con el aquí y el ahora.

También deslizas que te cansa "la representación" como tema de conversación. ¿Por qué?
Sí, porque focalizar solamente el trabajo crítico en la pregunta por la identidad tiene un límite. Las políticas identitarias, que empiezan como una reivindicación desde dentro por y para las personas afectadas por la marginalización, acaban finalmente beneficiando a quienes en primer lugar no tenían ningún problema por su identidad. O sea, esta conversación por la representación nos está llevando a lugares perversos donde parece que lo único que importa es ser visible, cuando, realmente, si eres visible sin un apoyo material que te proteja, lo que te queda es la exposición a la violencia. Creo que es importante el derecho al silencio, a permanecer invisibles. Y creo también que no estamos siendo suficientemente creativas a la hora de pensar en términos que no impliquen la visibilidad ni la representación.
"Si eres visible sin un apoyo material que te proteja, lo que te queda es la exposición a la violencia"
En este sentido, también propones ser "más creatives" a la hora de "dignificar nuevos lenguajes, tal vez menos evidentes, con los que descifrar los deseos de nuestres amantes". Escribes: "En un momento en el que el consentimiento ocupa gran parte de los debates feministas, sus derivas conclusivas o soluciones carecen por completo de creatividad (...) tanto la fórmula del No es no como la del Solo sí es sí acaba recayendo en la supremacía de la palabra y responsabilizando a la víctima de su propio abuso".
Claro, porque me parece un aburrimiento seguir viendo el mundo con las herramientas con las que nos enseñaron a ver el mundo. Pensar en otra forma de poner palabras a lo que nos pasa, nos rodea y nos preocupa nos acerca a encontrar la solución. Hacer desde la palabra o desde la poesía ayuda a jugar con los significados y a deformar y crear otro mundo.
Supongo que entonces tiene sentido acabar la entrevista con esta afirmación de Audre Lorde que tú misma rescatas: "Las herramientas del amo nunca desmantelarán la casa del amo". Habrá que ir en busca de ellas...
Pocas veces puedo decir esto sin que suene demasiado naif, pero tengo la convicción de que el amor nos salvará. Esto se parece a cuando alguien te comparte un secreto, una crema que le ha ido muy bien para el pelo, y piensas: 'Toda la verdad que conozco ahora mismo es la experiencia de esta persona'. Pues lo que yo quiero es compartir mi experiencia con el amor como fuerza transformadora. Creo profundamente en esta idea de que el amor hacia las otras, las imágenes, la materia, puede llevarnos a cambiar la forma en la que vivimos y a reconciliarnos con muchas partes no solo de nosotras mismas, sino también de lo que hemos llamado 'diferencia'. Esa es la apuesta más grande del libro: el deseo de entender que formamos parte de un mismo magma y que los contornos que nos han enseñado que limitan nuestros cuerpos en realidad son membranas. No son paredes fijas. No son muros.