En Mónaco, la noche nunca es solo noche. Es un espejismo dorado donde la opulencia se disfraza de tradición, la elegancia camina en tacones de vértigo y la realeza se mezcla con la farándula en una danza de sedas y diamantes. Cada primavera, el Baile de la Rosa se convierte en la estación más breve y más intensa del calendario monegasco. Es el instante en el que los Grimaldi ofician su misa pagana de la alta sociedad, donde exhiben su linaje y ocultan sus escándalos antiguos de nazis, piratería, estraperlo; o modernos, de depresiones de papel couché, divorcios, bastardos o glamour y futuros: Pierre Casiraghi no estuvo y su mujer Beatrice Borromeo acudió sola.
Este año, la Salle des Étoiles se convirtió en un edén tropical, una postal de atardecer caribeño concebida por Christian Louboutin, el sumo sacerdote de los tacones rojos. La noche arrancó como un boceto de acuarela: tonos coral, verdes exuberantes, destellos dorados. Un rumor de champán y terciopelo recorrió la sala mientras la orquesta daba los primeros acordes de la velada y su diccionario, esencial para entender el evento. El Baile de la Rosa es un diccionario infinito, donde cada año se suman nuevas palabras al léxico de la última copa que se vacía. Cuando las luces se apagan, no queda ni la certeza de que el próximo capítulo será aún más deslumbrante. Pero queda la crónica alfabética de esta fechoría de altruismo y glamour.

A de Alejandra de Hannover
La joven princesa, con la timidez de quien ha crecido en la periferia de un cuento de hadas, eligió para la ocasión un vestido de tul rosa chicle de Giambattista Valli. Una nube de volantes que la hacía parecer sacada de un grabado decimonónico. En su cintura, una rosa bordada: el sello de la gala, la metáfora de su linaje. La hija de Ernesto de Hannover es el testimonio viviente de una amor que existió alguna vez, de un matrimonio que solo existe en la formalidad de la aristocracia y los juzgados.
B de Ben-Sylvester Strautmann
La sombra de Alejandra . Alto, de ademanes suaves, supo estar a la altura de su dama, no solo en centímetros, sino en esa coreografía silenciosa que dicta el protocolo. Se le vio en más de una ocasión colocando la falda de su princesa, como si en ese gesto se le fuera la vida.
C de Carolina de Mónaco
Si el Baile de la Rosa es una monarquía efímera, Carolina, la esposa de Ernesto de Hannover, es su reina sin corona, y si marido. A cambio de su deliciosa soledad, desde hace décadas, la elegancia le pertenece de manera natural, sin esfuerzo. Esta vez, su atuendo fue un vestido blanco de hombro asimétrico, salpicado de bordados de plata que brillaban con la luz precisa, ni más ni menos. Otra lección de estilo sin palabras.
D de Dolce & Gabbana
La firma italiana firmó el enigma de la noche: Charlène de Mónaco. Su vestido de encaje turquesa, mitad túnica, mitad escultura, era un juego de veladuras y ausencias. Charlène, que ha hecho del misterio su signo distintivo, apareció y desapareció entre los reflejos de los candelabros, dejando tras de sí una estela de interrogantes.
E de Earth, Wind & Fire Experience
En el momento exacto, cuando el champán ya había hecho su trabajo y los vestidos parecían flotar, la música cambió el aire de la sala. La banda de Al McKay trajo consigo el ritmo de los años dorados, cuando el mundo creía que el amor podía bailarse. "September", "Boogie Wonderland"… y hasta el más aristocrático de los asistentes levantó los pies del suelo.
F de Filantropía
Entre joyas, lentejuelas y perfumes de miles de euros, la razón de ser de la gala se asomó discretamente. La recaudación del Baile de la Rosa tiene un destino claro: la Fundación Princesa Grace, que financia proyectos solidarios. En Mónaco, incluso la beneficencia tiene glamour.
G de Grimaldi
Los Grimaldi son la espina dorsal de este espectáculo. Andrea Casiraghi, en esmoquin de manual, con su aire de príncipe distraído. Tatiana Santo Domingo, en coral y con un sutil aire tribal. Carlota Casiraghi, en Chanel negro, como una estatua de mármol en un templo griego. Una familia de belleza genética y tragedias cinematográficas, donde cada gesto parece ensayado en un espejo veneciano.
H de Historia
Cada Baile de la Rosa es una postal de su tiempo. En los 70, Grace Kelly lo convirtió en un evento de cuento de hadas. En los 90, Karl Lagerfeld lo transformó en un laboratorio de estética. Ahora, en manos de Louboutin, el baile es un mosaico de referencias: el Caribe, el Art Deco, la bohemia chic. El pasado nunca muere en Mónaco, solo cambia de disfraz.
I de Invitados
La lista de invitados es una novela sin trama. Beatrice Borromeo, espléndida en Dior, con su trenza-tiara como única joya. Leonardo DiCaprio, haciendo equilibrios entre la discreción y el exhibicionismo. Robert Pattinson, que se mueve en estos escenarios con la gracia de un vampiro de la Riviera. Oprah Winfrey, que llegó y lo vio todo con su mirada de cronista planetaria.
J de Joyas
Si en esta gala hay una competición real, no es de estatus ni de belleza. Es de quilates. En cada escote, en cada muñeca, en cada lóbulo, los diamantes hablaban en su idioma silencioso de millones y linajes.
K de Kozéika Panam
El colectivo guadalupeño que llevó la esencia del Caribe al corazón de Montecarlo. Ritmos calientes, tambores hipnóticos, una fiesta contenida por el corsé de la aristocracia.
L de Louboutin
El artífice de esta edición. Su imaginación desbordante transformó la Salle des Étoiles en un bosque tropical, donde cada hoja parecía hecha de esmeraldas y cada sombra escondía un deseo.
M de Moda
El Baile de la Rosa es una pasarela sin pasarela. Se deciden tendencias, se dictan leyes invisibles del gusto. Este año, los colores vibrantes, las gasas etéreas y los volúmenes dramáticos fueron la norma.
N de Nostalgia
Cada gala es una evocación de las anteriores. Karl Lagerfeld sigue siendo un fantasma presente, en los detalles, en la puesta en escena.
O de Ocaso
El tema de este año: "El Baile de la Rosa al Atardecer". Pero, en Mónaco, el ocaso no significa fin, sino una transición entre un lujo y otro. O tal vez la decadencia de una familia milenaria y de unas costumbres que hacen incompatible la modernidad con el escaso respeto a los Derechos Humanos, la democracia, el glamour en el corazón no siempre tan soleado de la Riviera francesa.
P de Pierre Casiraghi o de Pedro Almodóvar
Puede parecer poco importante la ausencia de Pierre Casiraghi. A sus 37 años, el tercer hijo de la princesa Carolina y Stéfano Casiraghi, no estuvo en el evento y dejó sola a su mujer desde hace diez años, la condesa italiana Beatrice Borromeo, con quien tiene dos hijos: Stefano (nacido en 2017), y Francesco (nacido en 2018). Pierre ocupa el octavo puesto en la línea sucesoria del trono monegasco, por detrás de sus primos Jaime y Gabriela, de su madre, la princesa Carolina; de su hermano Andrea y de sus sobrinos Alexander, India y Maximilian Casiraghi. Otra P es Almodóvar. Nuestro Pedro fue protagonista en 2008, cuando la gala celebró la Movida Madrileña. Una noche en la que Rossy de Palma, Alaska y Bibiana Fernández pusieron un toque de surrealismo en la corte monegasca.
R de Rosa
Símbolo del baile, del Principado, de la fragilidad envuelta en espinas.
S de Salle des Étoiles
El teatro donde, cada año, se repite esta ópera de lujo.
T de Tiempos modernos
Aunque el Baile de la Rosa parece un ritual atemporal, también sabe adaptarse. Este año, DJ Carla Genus llevó la fiesta hasta la madrugada, en un guiño a los nuevos códigos del hedonismo.
Y de Yates
Al final de la gala, los invitados se dispersan como destellos en la bahía, hacia sus barcos, donde la fiesta sigue hasta que el amanecer dicta su ley.