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Athina Onassis cumple 40 años: la vida de novela de la nieta del armador que volvió loca de amor a María Callas y se casó con Jackie Kennedy

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    Sara Tejada

    Athina Onassis, la última heredera de un linaje envuelto en glamour y tragedia, cumple 40 años este 29 de enero. En una vida que se ha desarrollado bajo la sombra imponente de un apellido, su historia se ha narrado como si estuviera escrita en las páginas de una novela o un melodrama. No podría ser de otro modo para quien lleva en la sangre el legado de Aristóteles Onassis, el armador griego cuya fortuna, romances y dramas marcaron una época. Pero, a diferencia de su abuelo, cuya vida se desplegaba con exuberancia en un escenario mundial, Athina ha preferido el refugio del anonimato, tejiendo su propio destino lejos de los reflectores y del peso de su herencia.

    La historia de Athina no es un simple relato de riqueza y privilegios; es un mosaico de soledad, melancolía, lucha y búsqueda de identidad, que resuena como un eco de las tragedias clásicas griegas que bien conocía Aristóteles, el hombre que convirtió el apellido Onassis en un sinónimo de poder y exceso. Nacer en la familia Onassis no es solo una cuestión de privilegios materiales; es también heredar una historia saturada de tensiones, expectativas y cicatrices. La fortuna que Aristóteles Onassis construyó con sus flotas de petroleros y cargueros no solo compró islas, mansiones y romances de alto perfil sino también un legado de tragedias personales.

    Athina Helene Roussel Onassis nació en Francia, hija de Christina Onassis, la única descendiente que le quedaba a Aristóteles, y del empresario francés Thierry Roussel. Era la nieta de un magnate que había conquistado a dos de las mujeres más emblemáticas de su tiempo: María Callas, la diva de la ópera, y Jackie Kennedy, la viuda del presidente norteamericano. Desde el principio, Athina fue una figura cargada de simbolismo, un eslabón en la cadena de un linaje que parecía condenado a la vez por su fortuna y por su infortunio. Cuando Christina murió repentinamente en 1988, Athina tenía solo tres años. La niña quedó huérfana de madre y fue criada en Suiza por su padre y su madrastra, Gaby Landhage, en un entorno que se presentaba como sereno pero que estaba profundamente marcado por las batallas legales en torno a su herencia.

    El dinero: una bendición y una maldición

    La fortuna Onassis nunca fue solo una cuestión de números; fue una fuente inagotable de conflictos. El abuelo de Athina, visionario y metódico, había previsto que su riqueza podía convertirse en un arma de doble filo. Por eso estableció una estructura de administración rígida que puso el control en manos de terceros, con la intención de proteger a su única nieta de los peligros que acechan a quienes nacen con demasiado.

    Al cumplir 18 años, Athina heredó el control de una porción considerable de la fortuna familiar, pero con él llegó también el peso de las expectativas y las luchas de poder. Una de las heridas más profundas fue su exclusión de la Fundación Onassis, la joya del legado de su abuelo. Aunque por estatuto debería haber asumido la presidencia al alcanzar la mayoría de edad, los directivos de la institución consideraron que Athina no compartía los valores ni la conexión cultural con Grecia que ellos esperaban. Ese rechazo simbolizó una fractura definitiva entre Athina y el pasado que nunca pidió heredar. Desde entonces, decidió vivir bajo sus propias reglas, alejándose de la vida pública y de los escenarios asociados al apellido Onassis.

    El refugio en los caballos y el amor complicado

    En medio del ruido y los litigios, Athina encontró un inesperado refugio: los caballos. La equitación se convirtió en su pasión y en su válvula de escape. Fue a través de este mundo ecuestre que conoció al jinete brasileño Álvaro de Miranda Neto, Doda, con quien se casó en 2005. El matrimonio de Athina y Doda prometía ser el inicio de una nueva etapa, una en la que el amor y la simplicidad de una vida dedicada al deporte serían la antítesis del drama familiar que había marcado su infancia. Pero, como ocurre con tantas promesas, la realidad resultó ser mucho más complicada.

    Los rumores de infidelidad y el peso constante de la inmensa fortuna de Athina acabaron desgastando la relación. Tras 11 años de matrimonio, se divorciaron en 2016 en medio de un proceso legal que expuso las grietas de una unión que había sido tan criticada como idealizada. Tras su divorcio, Athina adoptó un perfil mediático aún más bajo, dedicándose por completo a sus caballos y evitando cualquier interacción con la prensa. Lejos de los escenarios de lujo que definieron la vida de su abuelo y su madre, eligió una vida discreta, en la que las competiciones ecuestres y los días en los establos reemplazaron las fiestas y las reuniones de la jet set.

    A pesar de su fortuna, Athina ha demostrado ser una figura que rechaza el estereotipo de la "niña rica" despreocupada. Su vida ha sido una constante lucha por reconciliar su identidad con el peso de su herencia. Ha evitado regresar a Skorpios, la isla privada de los Onassis que fue vendida a un magnate ruso, y no ha intentado reclamar su lugar en el mundo de la alta sociedad griega.

    La mujer detrás del mito

    Ahora, a punto de estrenar sus 40 años, Athina Onassis sigue siendo una figura enigmática. Su historia podría haberse contado como una tragedia griega clásica, pero ella parece haber encontrado una forma de reescribir el guion. Alejada del bullicio mediático, su vida transcurre entre caballos y amistades selectas, un contraste absoluto con la espectacularidad que definió la vida de su abuelo. Es difícil imaginar que Athina no reflexione, al menos de vez en cuando, sobre el legado de su apellido. Aristóteles Onassis, el hombre que desafió las probabilidades para construir un imperio, y Christina, la mujer que nunca encontró la felicidad, dejaron en sus manos una historia que pocos podrían soportar.

    Athina, sin embargo, ha elegido un camino propio, quizás más solitario, pero también más auténtico. Su silencio y su reserva no son signos de debilidad, sino de una fuerza que pocos entienden: la capacidad de encontrar paz en un mundo que siempre quiso definirla por su apellido y no por quién es realmente.

    Mientras Athina Onassis celebra sus 40 años, la pregunta que surge no es cuánto dinero tiene, sino cómo ha aprendido a vivir con él. Su vida ha sido un acto de equilibrio entre el lujo y la sencillez, entre las expectativas y el deseo de anonimato. Queda por ver qué rumbo tomará la última descendiente de un imperio que alguna vez navegó por los mares del mundo con la seguridad de que nada era imposible. Pero si algo ha demostrado Athina es que, incluso en la sombra de un apellido tan pesado, es posible encontrar la luz.