En la vida de los imperios tecnológicos, los lazos de sangre son un mero apunte en la biografía de los magnates. Se mencionan de pasada, entre un logro bursátil y otro. Pero siempre están ahí, esperando su momento para irrumpir con la contundencia de lo inevitable. Elon Musk, el hombre que convirtió la tecnología en un espectáculo y la ambición en una religión, ha pasado décadas esquivando su propia historia personal. Como si, al igual que sus naves espaciales, pudiera despegar y dejar atrás la gravedad de su pasado. Pero la sangre pesa más que cualquier cohete de SpaceX, y ahora su propio padre, Errol Musk, ha decidido recordárselo.
El escenario de este ajuste de cuentas es una entrevista en The Sun, donde Errol, con la precisión quirúrgica de quien sabe exactamente dónde hacer daño, ha desnudado la grieta familiar que Elon lleva años tapando con capas de éxito. "Es triste lo poco que ve a sus hijos", dice. Una frase sencilla, casi inofensiva, pero que contiene un veneno implacable. No es un ataque al magnate, ni al visionario, ni al empresario que dicta el destino de la inteligencia artificial y la exploración espacial. Es un ataque al hombre. Al hijo. Al padre ausente.
Elon Musk no ha respondido, al menos no con palabras. Pero su silencio ya es un viejo conocido. Siempre ha preferido el lenguaje de los memes, la ironía en X (antes Twitter) y la burla distante como escudo ante cualquier acusación que no pueda desmontar con gráficos de crecimiento exponencial. Pero esta vez, los números no sirven. Su padre no le habla de cifras, sino de afectos, ese territorio en el que Musk parece moverse con la torpeza de quien nunca tuvo tiempo de aprender las reglas del juego.
Un imperio en números rojos
Mientras la guerra con su padre se libra en la esfera de lo personal, la realidad empresarial también ha comenzado a tambalearse. Tesla ha perdido más de 30.000 millones de dólares en capitalización bursátil en lo que va de año. Las acciones caen, los inversores comienzan a impacientarse y el aura de genio infalible de Musk empieza a resquebrajarse. Pero él, fiel a su estilo, no se inmuta. Se limita a lanzar chistes en redes sociales, a publicar memes y a disfrazar la incertidumbre con desdén.
Sin embargo, esta vez no es un problema que pueda resolver con una actualización de software. Porque hay cosas que no se solucionan con innovación ni con promesas de colonizar Marte. Hay asuntos que son demasiado humanos para resolverse con inteligencia artificial. Y la voz de un padre que, en lugar de aplaudir, decide señalar las ausencias, es uno de ellos.
El peso del apellido Musk
Errol Musk tampoco es precisamente un faro de rectitud moral. Ingeniero, empresario, polémico, protagonista de episodios turbios que incluyen haber tenido dos hijos con su hijastra Jana Bezuidenhout, 33 años menor que él. Un personaje de novela de sucesión empresarial, pero con un guion más incómodo. No es un hombre que hable desde la virtud, sino desde la experiencia de quien ha vivido lo suficiente como para sentirse con derecho a opinar.
Tal vez por eso sus palabras pesan más. No son el reproche de un moralista, sino la advertencia de alguien que, habiendo errado en lo mismo, reconoce el daño que puede hacer la distancia emocional. "Elon nunca fue un buen padre", insiste. Y esa afirmación, más que un dardo, es un espejo. Un espejo en el que ninguno de los dos parece querer mirarse demasiado tiempo.
Porque Elon Musk no se convirtió en Elon Musk por casualidad. Su infancia estuvo marcada por una relación difícil con este mismo padre que ahora lo critica. Creció con un hombre al que él mismo ha descrito como abusivo y controlador, en un entorno donde la dureza era la norma y la fragilidad no tenía espacio. ¿Se repiten los ciclos? ¿O es simplemente que los Musk están condenados a vivir en guerra consigo mismos?
Silencios que duelen más que las palabras
Es probable que Elon nunca responda directamente a su padre. No lo necesita. Su estrategia es el distanciamiento, la indiferencia medida, la certeza de que su vida es demasiado grande para detenerse en reproches familiares. Pero hay batallas que se libran en otro plano, en el de las ausencias que se hacen costumbre, en las llamadas que nunca se devuelven, en los silencios que gritan más fuerte que cualquier entrevista.
Errol Musk ha hablado porque, en el fondo, sabe que su hijo no le escuchará de otra manera. Es el recurso desesperado de quien ha asumido que el único vínculo que le queda con su hijo es el escándalo. Porque si Elon no llama, al menos los titulares lo harán por él.
El destino de los genios y de los imperios es, a veces, la soledad. Pero hay una verdad ineludible: los cohetes pueden llegar al espacio, pero los afectos se construyen en la Tierra.
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