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Del amor maduro a la ruptura amarga de Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa: "Ella estaba dispuesta a cuidarle hasta el final"

La primera vez que Isabel Preysler me presentó al premio Nobel Mario Vargas Llosa fue en el centro de belleza Massoumeh al que la filipina acude desde hace más de cuarenta años. Mario salía de hacerse un tratamiento facial y yo iba a entrar precisamente en la misma cabina donde acababa de estar el autor de La fiesta del Chivo, que en esos momentos estaba en plena luna de miel con Isabel. Coqueto y siguiendo los consejos de una experta en el cuidado físico como era su pareja, Vargas Llosa estaba encantado y relajado y de ahí su sonrisa tierna a la vez que atractiva y sus deseos de que disfrutara de la experiencia tanto como él.

Para una admiradora de su obra desde mi adolescencia (hasta uno de mis hijos lleva su nombre por esa fascinación que siempre me produjo su literatura) conocer al autor de La ciudad y los perros o Pantaleón y las visitadoras fue más que una experiencia religiosa que diría Enrique Iglesias, quien por cierto nunca tuvo una mala palabra para el escritor peruano sino todo lo contrario. No fue la única vez que vi a la pareja en unión y armonía pero sí la primera que comprendía el magnetismo que Mario irradiaba y la fuerza de una de las parejas más atractivas y sorprendentes de la crónica social.

Aunque se conocieron a mediados de los años 80 cuando Isabel fue a Estados Unidos para hacerle una entrevista en Hola, su relación siempre fue de amistad y admiración mutua. Mario estaba con Patricia Llosa, su prima hermana y madre de sus tres hijos (Alvaro, Gonzalo y Morgana) con quien se casó tras romper su matrimonio con su tía Julia (de ahí la novela La tía Julia y el escribidor), e Isabel ya era marquesa de Griñón tras su enlace con Carlos Falcó, con quien tuvo a su hija Tamara. Después llegó la ruptura con el aristócrata cuando se enamoró perdidamente del super ministro Miguel Boyer, a quien conoció en uno de los almuerzos de las famosas lentejas de Mona Jiménez (también peruana) y con quien se casó casi en secreto un 2 de enero en Madrid. Falcó aguantó la infidelidad y separación con la misma elegancia que siempre le caracterizó y nunca se le escuchó, al menos en público, una mala palabra sobre Isabel y eso que toda la sociedad sabía de su engaño amoroso. Del matrimonio con Boyer nació Ana, hoy esposa de Fernando Verdasco, y la debilidad de un Miguel que no pudo soportar el deterioro del ictus que sufrió y por el que estuvo varios años convaleciente en la casa de Puerta de Hierro.

Hasta la llegada de Vargas Llosa, la reina de corazones había sabido gestionar con clase todos sus finales y principios con sus parejas. Ni tan siquiera el divorcio con un Julio Iglesias que se comía a bocados al público latino pudo sacarla de sus casillas y protagonizar situaciones rocambolescas. Isabel se casó con Julio embarazada de Chábeli y después llegaron Enrique y Julio José. Acompañó al artista en su despegue musical y aguantó muchas horas de carretera y noches sin dormir pero lo que no pudo soportar fueron las infidelidades de un Iglesias que la quería pero no se conformaba. En cuanto Isabel fue consciente de su doble vida se negó a seguir con una farsa a pesar del consejo de amigas y familiares que en esos años preferían mirar hacia otra parte y seguir ejerciendo como señoras casadas. "No era ese tipo de mujer y no estaba por la labor de vivir un matrimonio que no era como yo creía", me dijo en su momento Preysler. Para Julio fue un jarro de agua fría porque no esperaba esa reacción y juntos tuvieron que asumir que no había vuelta atrás y el éxito de canciones con letras que hablaban de esos años y de ese amor.

Por eso y tras ocho años de noviazgo con Vargas Llosa, quien abandonó a Patricia para instalarse en Madrid en la casa de Puerta de Hierro y vivir con Isabel, el final que tuvieron es un capítulo negro en el historial de una mujer que nunca hasta ese momento había protagonizado titulares tan desagradables y ajenos a su manera de comportarse.

Es verdad que Mario le había pedido varias veces matrimonio (hay testigos de muchas cenas que escuchaban cómo el escritor les comentaba la negativa de Isabel) pero ella daba largas y en el fondo era porque no acababa de encajar en su familia (Gonzalo Vargas se convirtió en su primer enemigo público) y no se quería emparentar con unos hijos que nunca la iban a aceptar. No había necesidad de una nueva boda y menos de encender más a los críticos con la pareja. Convivieron y viajaron más que nunca (sobre todo Isabel que confesaba que apenas estaba quieta) y todo parecía perfecto hasta el anuncio de una ruptura que pilló a más de uno con el pie cambiado.

Fue de nuevo Isabel en su revista de cabecera (Hola) quien anunció el final y la primera en hablar de celos insoportables. La propia Isabel me contó cómo todo se disparó una noche cuando se desmaquillaba en su baño después de haber acudido con sus hijas a una cena de gala de un champán francés en Madrid. Noctámbula y muy dada a las largas charlas de teléfono mientras se quitaba el rímel tenía una conversación con una íntima amiga que se quedó de una pieza cuando escuchó como Mario aparecía en el cuarto de baño y recriminaba a Isabel las horas de llegar a casa. De ese enfado hubo una salida al día siguiente para acudir a una reunión de trabajo pero Vargas Llosa decidió que esa noche dormiría en su casa de la calle Flora (en el centro de la capital) decisión que no era la primera vez que pasaba pero sí la que motivó que Isabel diera por terminada la relación. Al día siguiente y tal vez con el fin de reconciliarse, Mario le envió el manuscrito de su próximo libro y la respuesta de Isabel fue una carta donde le decía que ya no quería que regresara y que todo se había acabado entre ellos.

Desde ese momento la ruptura de la pareja madura más atractiva del panorama social fue pasto de todas las portadas y crónicas del corazoneo. Los Vargas celebraban la vuelta de Mario a la soltería y ya no había que disimular sino convencer a Patricia de que estuviera cerca del que había sido su marido durante 50 años. No era la primera vez que tenía que perdonar sus andanzas con otras mujeres pero sí la más sonora. En el círculo de Mario aseguraban que el escritor no podía más de la vida frívola y añoraba su tranquilidad. Nada que ver con otros argumentos y por eso la guerra soterrada que se alentó a través de portavoces que flaco favor hicieron a la pareja. Para patricia no debió resultar fácil volver a la foto de familia pero el amor de sus hijos y la estabilidad de todos pudo más que el orgullo herido y de ahí que durante estos últimos años, especialmente los últimos meses, el premio Nobel ha estado rodeado de los suyos e instalado en su casa de Lima donde se quedó para no salir más. En su círculo íntimo sabían de sus problemas de salud y la decisión estaba tomada: Mario descansaría en su tierra. Como así ha sido.

Hoy Isabel de momento guarda silencio. No responde a los mensajes ni las llamadas pero no se descarta que en las próximas horas emita su pesar. La gestión de su final con Mario no fue nada acertada, salieron detalles y escenas que nunca debieron ver la luz porque ni aportaban ni sumaban sino restaban en la trayectoria de una mujer que siempre había sabido ser generosa y elegante y de ahí la sorpresa. En esos momentos de ruptura donde estaba dolida recuerdo cómo me confesó que de no haber sido por ciertas escenas y el carácter complicado de Mario ella estaba dispuesta a cuidarle hasta el final. Como hizo con Miguel Boyer y con su madre. Isabel era consciente de que un amor a partir de los 80 es más de cuidados que de pasiones pero incluso así su intención siempre fue mimarle y hacerle la vida más agradable. No pudo ser y no pudieron despedirse como dos amigos que se quedan con lo mejor de su historia. Hoy el mundo llora a uno de los mejores escritores de habla hispana mientras Isabel guarda silencio. De momento.

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