
La reelección de Alberto Núñez Feijoo y de Íñigo Urkullu significa la preferencia de vascos y gallegos por la estabilidad de sus instituciones autonómicas, y por la continuidad de los gobiernos que ambos han liderado estos últimos años. Las alternativas en ambos casos suponían una incógnita en la gestión de las administraciones y una incertidumbre que han tratado de evitar los electores de forma mayoritaria. En tiempos de bloqueo y de posiciones inamovibles, gallegos y vascos han optado por lo seguro.
Nadie puede escapar en el PP a la lectura en clave sucesoria de los resultados magníficos que ha obtenido el partido en Galicia. Feijoo hizo en la noche electoral un discurso plagado de loas a su pueblo y de agradecimientos a la tierra que le ha llevado hasta el cénit autonómico y le coloca en la rampa de salida para el futuro del PP a nivel nacional. La erosión que los populares gallegos han sufrido respecto a los casos de corrupción abiertos de nuevo en la actualidad ha quedado reducida a nada. La posición de Mariano Rajoy queda reforzada pese a las campañas paralelas que ambos realizaron, y le sitúan en condiciones inmejorables para sentarse plácidamente a esperar a los posibles comicios de diciembre si es que un acuerdo a varios frentes no lo impide.
En el País Vasco la resistencia de Alfonso Alonso ha permitido que la pérdida de un escaño, algo objetivamente negativo, se interprete más como un triunfo que como una derrota. El empate con los socialistas, que no es tal porque Mendía supera en 19.000 votos al ex ministro, desbanca al PSE en una faceta que parecía reservada sólo para él: la de garantizar la gobernabilidad del gobierno apoyando al PNV. Numéricamente eso ya pueden hacerlo también los populares, a pesar de que la fórmula de elección del lehendakari difiere de la que se utiliza en el Congreso y evita los bloqueos. Para gobernar, Urkullu necesitará apoyos.
Quien debe sacar más conclusiones de estas elecciones territoriales es el PSOE, el partido que ha sufrido la mayor erosión en forma de votos y de representación en las cámaras renovadas. Esta vez Pedro Sánchez y su equipo de confianza no tendrán ningún argumento a mano para reconvertir la derrota en victoria, como ocurrió con el frustrado sorpasso de Podemos el pasado mes de junio. La estrategia de adelantar la semana pasada la posición del secretario general ante el Comité Federal del sábado, proponiendo el intento de articular un gobierno alternativo, no va a convencer a los dirigentes regionales que van a plantear la batalla esta semana decisiva en el seno del PSOE. Perder siete escaños en el País Vasco y cuatro en Galicia, siendo superados en ambos casos por su gran antagonista de la izquierda, es una cosecha que no permite esta vez hablar de resultado histórico.
Para Podemos y En Marea los resultados en Galicia son todo lo buenos que supone entrar en un parlamento autonómico con la fuerza de catorce escaños, y con la hegemonía de la izquierda, pero a la vez todo lo malos que significa haber quedado a medias en su asalto a los cielos del poder. Los objetivos eran claros, desbancar al partido gobernante haciendo ver a los gallegos que su permanencia en la Xunta iría en contra de la gente, ese concepto que se rebela contra sí mismo cada vez que las papeletas entran en masa en las urnas. La gente ha votado casi en un cincuenta por ciento apoyando al presidente y cerrando la puerta a cualquier otra opción. En el País Vasco la lectura es otra: la batalla por la hegemonía de la izquierda vasca ha quedado en manos de EH Bildu, con lo que la miel de entrar exitosamente en el parlamento de Vitoria se contrarresta con la hiel de perder una batalla que en algún momento, seguramente tras su victoria en Euskadi de las pasadas generales, creyeron ganada.
Para Ciudadanos la contienda electoral de este 25-S es perfectamente olvidable, aunque bien harían Rivera y los suyos en recordar y memorizar lo ocurrido por si es vaticinio de lo que vendrá. No haber alcanzado siquiera los votos de UPyD en el País Vasco es un golpe que no mitiga el hecho de que se hubiera descontado de antemano la no entrada en el parlamento. El voto útil en Galicia y el desconocimiento por parte de los electores de una candidata improvisada han perjudicado notablemente a esta opción política que sigue su camino hacia abajo desde su cénit del 20-D.