
Los efectos que la guerra arancelaria de Trump ha desencadenado, especialmente desde principios de este mes, son atípicos desde múltiples puntos de vista.
Uno de ellos revela cómo el pánico que el Día de la Liberación Comercial desató en las bolsas provocó una huida, casi sin parangón, desde la renta variable hacia los activos refugio más clásicos –renta fija, depósitos, meras cuentas bancarias–. Como resultado, la eurozona presenta actualmente un volumen de liquidez que asciende a 15,6 billones, un nivel que ni siquiera en los peores momentos de la pandemia iniciada en 2020 se alcanzó. En EEUU, la situación es parecida al registrar un máximo histórico de 21 billones de dólares ociosos en manos de ciudadanos y empresas.
Sin duda, es muy arriesgado asegurar que esa cantidad de recursos se reorientará de modo inminente hacia la inversión. Trump aún es impredecible y, de momento, solo ha planteado una tregua en la imposición de sus aranceles recíprocos. Pero es igualmente cierto que los incentivos para permanecer en los activos refugio son ínfimos. Las bajadas de tipos merman el rendimiento de los bonos; los bancos carecen de todo plan para remunerar mejor sus depósitos o sus cuentas corrientes y ni siquiera el inmobiliario tiene capacidad para absorber tal cantidad de liquidez.
Mucho más razonable es la expectativa de que tan ingente cantidad de capital embalsado retorne, paulatinamente, a los activos más expuestos al riesgo, pero también de mayor rentabilidad. Sobre esa base, resulta posible –con todas las cautelas necesarias– dar credibilidad a la expectativa de un reimpulso en las bolsas que, al menos en el caso de Europa, tiene un potencial alcista de hasta el 7%.