
Sin lugar a dudas, Venecia se ha convertido en el triste icono de lo que el turismo de masas puede acarrear. Antes del estallido de la pandemia, esta ciudad italiana Patrimonio de la Humanidad recibía 25 millones de turistas frente a una población que no para de caer: apenas 50.000 residentes. Inundaciones recurrentes, un coste de la vida que no deja de aumentar, la falta de vivienda asequible y el turismo masivo son los responsables de que la ciudad haya perdido 120.000 habitantes desde principio de la década de los cincuenta.
No en vano, la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) ha amenazado con retirar a Venecia de su lista Patrimonio Mundial. Para mitigar los efectos nocivos de recibir 60.000 turistas en solo un día, el Ayuntamiento ha decidido poner coto a la masificación. Ya el año pasado se prohibió el paso de los grandes cruceros por la laguna de Venecia y los canales que pasan frente a la Plaza de San Marcos y la isla de la Giudecca.
Asimismo, el mes pasado Venecia anunció que introducirá la reserva previa y la tasa de entrada para aquellos viajeros que no pernocten en la ciudad el 16 de enero de 2023. Se convertirá así en una de las pocas ciudades del mundo en cobrar una tasa de entrada a los turistas (la isla de San Andrés, en Colombia, exige la tarjeta de turismo, un impuesto que se cobra a todos los viajeros que pretenden visitar la isla). El precio de la entrada, que podrá adquirirse por Internet, será de hasta 10 euros por persona, aunque fluctuará dependiendo del sistema de oferta y demanda y la anterioridad con la que se adquiera. Estarán exentos de este pago quienes pernocten en Venecia, ya que llevan la tasa incluida en el alojamiento.

Tristemente, el caso de Venecia es cada vez más común. En España, Santiago de Compostela está acaparando todas las miradas ante la llegada indiscriminada de turistas y peregrinos. Si bien la ciudad lleva recibiendo peregrinos de todas partes del mundo desde hace siglos, hace una semana, con motivo del Xacobeo, llegaban a la capital de Galicia más de 12.000 personas de toda Europa por la Peregrinación Europea de Jóvenes organizada por la Subcomisión para la Juventud y la Infancia de la Conferencia Episcopal Española.
La ciudad española tiene casi 98.000 habitantes y solo el pasado mes de junio recibió casi 83.000 visitantes, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). Este aluvión de turistas está ocasionando tensiones con los vecinos que se quejan de ruidos y comportamientos poco apropiados.
De hecho, las entidades Asociación Veciñal A Xuntanza, Lavacolla Activa y la Asociación Empresarial Barrio de San Pedro, han elaborado y difundido un Decálogo de boas prácticas para o tramo final do Camiño (Decálogo de Buenas Prácticas para el Final del Camino). Entre otros mensajes, se pueden leer "recuerda en todo momento que en los lugares que atraviesas habitamos personas que, cada día, vemos pasar por delante de nuestras puertas grupos cada vez más numerosos. Te damos la bienvenida, estás en nuestra casa, respeta nuestros espacios y formas de vida".

A esto se une la subida que está experimentado el precio de la vivienda. A tenor de los datos de Idealista, para la vivienda en alquiler el precio del metro cuadrado era en julio un 8% más caro que hace un año.
La tensión sobre Barcelona y Mallorca
Una de las ciudades españolas símbolo del turismo masificado ha sido y es Barcelona, que solo en junio recibió más de 700.000 visitas. Para la Assemblea de Barris pel Decreixement Turístic (ABDT) el turismo de masas provoca la expulsión de los vecinos de sus barrios, la masificación del espacio público, la contaminación, la desaparición del comercio de proximidad o la precariedad laboral en el sector. Por ello, en junio protagonizaron protestas ante la recuperación de visitantes.
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, anunció en mayo que propondrá a la Generalitat de Catalunya y al Gobierno central limitar el número de cruceros en la ciudad. Además, ha regulado los establecimientos de alojamiento turístico, limitando la apertura de nuevos emplazamientos.
Por otro lado, el gobierno municipal ha acordado con las dos asociaciones oficiales de guías turísticos, AGUICAT y APIT, una guía de buenas prácticas, que incluye medidas como grupos guiados de 15 turistas como máximo en Ciutat Vella y de 30 en el resto de la ciudad; dejar libre al menos un 50% del ancho de la calle; o evitar el uso de megafonía para reducir el ruido. No obstante, al ser recomendaciones, no son de obligado cumplimiento.

En su caso, las Islas Baleares se han convertido en el segundo destino del Mediterráneo (el primero fue Dubrovnik) en limitar el número de cruceros. El Gobierno de las islas ha llegado a un acuerdo con las principales navieras para regular la llegada de estas embarcaciones por el que desde este mismo año solo llegarán en el mismo día a Palma un total de tres cruceros, y solo uno de ellos podrá tener una capacidad superior a los 5.000 pasajeros. Es decir, en 2022 únicamente coincidirán en Palma el mismo día un megacrucero y otros dos buques de menor tamaño, lo que supondrá ya una reducción efectiva en el número de escalas que se trasladará también al número de visitantes. Se trata de un acuerdo para los próximos cinco años.
Cambiar el modo de viajar
Teniendo en cuenta que el turismo es uno de los motores de desarrollo más importantes tanto en España como a nivel global (representa la décima parte del PIB y del empleo en el mundo), reconstruir nuestra manera de viajar se ha convertido en un imperativo. Sobre todo, si se tiene en cuenta que las previsiones apuntan a que en 2030 habrá 1.800 millones de turistas internacionales.
El auge del turismo internacional comenzó en la década de los años 50 y 70. Como explican desde el Centro Europeo de Postgrado (CEUPE), "coincidiendo con el desarrollo de la sociedad del bienestar y la mejora en la capacidad adquisitiva de las clases medias especialmente en países como Estados Unidos, Japón o Alemania, se produce el verdadero boom turístico internacional". Según los datos de la Organización Mundial de Turismo, entre 1950 y 1975 las llegadas internacionales turísticas se incrementaron en casi nueve veces (de 25 a 222 millones).
Hasta ahora, "el indicador que medía el éxito de un destino era el número de turistas alcanzado, de forma que una temporada turística era buena si se mejoraba la cifra de visitantes de la anterior, sin profundizar en exceso en el análisis de otros factores", señala Joan Miquel Gomis, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y miembro del grupo de investigación en turismo de la UOC NOUTUR. Sin embargo, esto debería cambiar. Al menos así lo cree el profesor, quien ve necesario tener en cuenta valores como la sostenibilidad medioambiental, social y económica para poder evaluar los resultados de las nuevas políticas turísticas.

En un artículo para Andalucía Lab, el docente y consultor en comunicación turística, José Carlos Pozo, señala que los riesgos del turismo de masas se manifiestan contundentemente en aspectos tales como "el deterioro del medioambiente, el desplazamiento de la población local fuera de los centros históricos para convertirlos en alojamientos turísticos en capitales españolas (Barcelona, Madrid, Málaga, Palma de Mallorca, etc.) y también extranjeras (París, Venecia, Ámsterdam, Praga, etc.) o un tipo de turismo poco responsable, caracterizado por los excesos alcohólicos en determinadas ciudades del Levante y de las islas mediterráneas".
"El problema es que, con frecuencia, las ciudades han apostado por el turismo y el ocio como estrategia de desarrollo urbano sin tener demasiado en cuenta la visión de los residentes ni analizar los aspectos negativos o las desigualdades que puede conllevar dicho desarrollo cuando se da sobre una base de crecimiento indefinido y sin tener en cuenta el reparto de cargas y beneficios que conlleva dicha actividad turística", plantea Francesc González Reverté, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC y director del grado de Turismo.
Según González Reverté, existe mayor sensibilidad social ante los impactos del turismo, especialmente ante aquellos que podrían perjudicar la calidad de vida de los residentes, disminuir los recursos públicos, generar desigualdad de oportunidades o, incluso, contribuir al desplazamiento de los residentes.
No en vano, frente a la masificación turística que registran algunos destinos, ha surgido un movimiento denominado subturismo, que se centra en dar prioridad a los denominados enclaves secundarios. Su principal meta es minimizar los efectos del turismo de masas en las grandes ciudades y determinados enclaves de costa. Asimismo, los viajes off-season están ganando una mayor popularidad. El objetivo es viajar fuera de temporada para evitar las multitudes y ayudar a reducir el turismo masivo.
A tenor de los datos de Booking.com, un 68% de los turistas españoles está dispuesto a evitar destinos y atracciones turísticas populares para asegurar una distribución más uniforme del impacto y de los beneficios de su visita. Además, casi un tercio de los encuestados (31%) ha viajado en temporadas más bajas y más de un cuarto (28%) ha elegido un destino menos popular en los últimos 12 meses para evitar la masificación.
La Organización Mundial del Turismo (OMT) dedicó en 2018 un informe al overtourism en el que propone 11 estrategias y 68 medidas para combatir el exceso de turismo. En este sentido, por ejemplo, los destinos que más turistas reciben pueden fomentar la dispersión de los turistas dentro de la ciudad, e incluso fuera del territorio, sugiriendo la visita de destinos menos conocidos y zonas menos turísticas.
Otras sugerencias de la OMT pasan por crear nuevos y diferentes itinerarios y atracciones turísticas; revisar y mejorar la normativa, como el cierre al tráfico de algunas zonas saturadas; atraer a una tipología de turistas más responsables; garantizar los beneficios del turismo para las comunidades locales, implicar a la comunidad local en las decisiones y elecciones turísticas; o educar a los viajeros para ser más responsables y respetuosos con el lugar.
El objetivo de un turismo más sostenible, como señala la OMT, es que esta industria tenga "plenamente en cuenta las repercusiones actuales y futuras, económicas, sociales y medioambientales para satisfacer las necesidades de los visitantes, de la industria, del entorno y de las comunidades anfitrionas". En otras palabras, que no nos quedemos sin lugares que poder visitar por haberlos matado de éxito.