Revertir el desplome de la natalidad. Esta ha sido la misión que no ha logrado cumplir ningún gobierno occidental en las últimas décadas. Sin embargo, la respuesta puede que no esté en una intervención directa del gobierno, ni en una ayuda o una regulación. Según un estudio publicado por una universidad de Suecia se han podido observar ciertos patrones que muestran cómo los ciudadanos con más recursos (mayor acumulación de renta a lo largo de su vida) empiezan a tener más hijos que las familias con menos ingresos a lo largo de su vida. Además, el experto que realiza el estudio cree que esta tendencia podría empezar a verse pronto en otros países desarrollados, marcando el principio de un nuevo paradigma demográfico. De consolidarse, esta tendencia supondría la reversión del patrón dominante en el siglo XX, en el que las familias con menos ingresos lideraban la natalidad. No solo esto, este giro también abre la puerta a que a medida que las sociedades sean más ricas y las horas de trabajo se reduzcan, el invierno demográfico comience a revertirse de forma natural.
La relación entre el dinero y la natalidad ha sido durante mucho tiempo un enigma para sociólogos, economistas y demógrafos. Durante gran parte del siglo XX se pudo ver como la riqueza era un freno a la natalidad para el conjunto de las sociedades que lograban alcanzar el desarrollo económico: cuanto más altos eran los ingresos y mayor la educación, menos hijos se tenían. Sin embargo, una nueva tendencia ha emergido con fuerza en las últimas décadas en Suecia. Los datos demuestran que la fertilidad y la renta están íntimamente relacionadas, pero de una forma diferente: los hogares con mayores ingresos tienen más hijos.
El estudio del demógrafo sueco Martin Kolk, publicado por la universidad de Estocolmo, ha arrojado luz sobre esta evolución. Utilizando datos de los registros administrativos suecos, Kolk ha analizado la relación entre los ingresos acumulados a lo largo de la vida y el número de hijos que se tienen. Su hallazgo principal es contundente: "Existe una intensa relación positiva entre la renta disponible acumulada y la fertilidad en los hombres de todas las cohortes, y una transformación gradual desde una pendiente negativa a una positiva en las mujeres". Las mujeres con más renta o que pertenecen a hogares más 'ricos' están empezando a vivir un boom de la natalidad, llegando a superar de forma holgada los 2,1 hijos (tasa de reemplazo) que se necesitan para mantener un crecimiento vegetativo positivo en condiciones normales.
Es decir, en el caso de las mujeres, el vínculo entre ingresos y fertilidad ha cambiado con el tiempo. Las mujeres nacidas en los años 40 sin ingresos o con ingresos muy bajos (amas de casa) tenían la mayor cantidad de hijos. Sin embargo, en generaciones más recientes, ocurre lo contrario: las mujeres con ingresos bajos son las que menos hijos tienen. Según los últimos datos publicados por otros expertos, se ha podido comprobar que en los últimos años esta relación se mantiene o incluso aumenta.

De modo que hace unas décadas los hogares con más recursos tenía menos hijos, ahora ocurre lo contrario. En el caso de los hombres, la relación es muy clara: "La fertilidad aumenta de manera constante con el incremento de los ingresos", señala Kolk. Para las mujeres, el patrón es ligeramente diferente, ya que el crecimiento de la fertilidad se debe, en gran medida, a la baja natalidad de aquellas con ingresos muy bajos.
Más renta, más hijos: un cambio de paradigma
Este fenómeno plantea una pregunta esencial: ¿por qué los hogares con más renta están teniendo más hijos? La explicación tiene varios factores. Uno de ellos es la estabilidad económica. Tener hijos es una inversión que implica grandes costes, tanto directos (alimentación, vivienda, educación) como indirectos (reducción de la participación laboral, pérdida de ingresos en los años de crianza). Las familias con ingresos altos pueden asumir mejor estas cargas sin comprometer su calidad de vida.
El estudio también plantea que en el pasado, la menor fertilidad de las personas con altos ingresos pudo deberse más a diferencias culturales y de valores entre grupos socioeconómicos que a restricciones económicas reales. Sin embargo, en la actualidad, estas diferencias parecen estar desapareciendo o siendo superadas por una nueva realidad económica: tener hijos es costoso y se está convirtiendo en un 'bien de lujo' que no todos pueden permitirse. Esto podría explicar por qué las tasas de natalidad están disminuyendo más entre las personas con menores ingresos.
Kolk señala también que "gran parte de la pendiente positiva entre ingresos y fertilidad puede explicarse por los altos ingresos de hombres y mujeres con dos, tres o cuatro hijos". Es decir, las personas con ingresos elevados no solo pueden permitirse más hijos, sino que también pueden mantener un estilo de vida privilegiado sin renunciar a la estabilidad económica.
Otro elemento clave es la educación. Aunque tradicionalmente se asociaba una mayor educación con una menor natalidad, en los últimos años esta relación se ha diluido, e incluso se ha invertido en algunas muestras. En Suecia, los datos muestran que los hombres con mayor nivel educativo también son los que tienen más hijos, lo que refuerza la idea de que la estabilidad económica y la planificación familiar van de la mano.
¿Qué implicaciones puede tener?
Por un lado, las asociaciones negativas previas (del pasado) entre ingresos y fertilidad podrían deberse en parte a las orientaciones y valores culturales que diferían entre los grupos de nivel socioeconómico alto y bajo en Suecia (y otros países). Sin embargo, estas diferencias se están reduciendo o se ven compensadas por una nueva realidad económica: tener hijos, que son caros, pero posiblemente deseables para grandes grupos de la sociedad, podría estar convirtiéndose en un lujo que no todos pueden permitirse.
Este experto cree que esta tendencia puede empezar a extrapolarse a otras economías desarrolladas, aunque también recalca algunas particularidades que benefician a los estados escandinavos: "Suecia es una sociedad donde combinar el trabajo y la crianza de los hijos aún es, en gran medida, posible: parte del razonamiento anterior podría estar condicionado al apoyo del estado de bienestar a la crianza y al empleo femenino, y muchos de mis hallazgos podrían no ser aplicables a otros contextos. Sin embargo, si tuviera que hacer un pronóstico para el siglo XXI, especularía que una relación positiva entre los ingresos y la fecundidad surgirá en un número creciente de contextos en todo el mundo", asegura Kolk.
Más fecundidad en los países más ricos
Este demógrafo prevé que el resto de los países avanzados empezarán también a ver este giro protagonizado por las siguientes tendencias: "Una pendiente cada vez más positiva a nivel individual entre los ingresos personales y la fecundidad; una relación positiva entre la fecundidad y el ciclo económico (cuando la economía crece aumenta la fertilidad); y una mayor fecundidad en los países más ricos del mundo respecto a las menos desarrolladas". De hecho, los hallazgos de un número creciente de estudios son consistentes con estos patrones, segura el experto.
Aunque aún es pronto para sacar conclusiones. Quizá el propio invierno demográfico encuentre una solución en la evolución de la economía y la sociedad. En un mundo futurista, dominado por el crecimiento de la productividad, la inteligencia artificial y unos salarios reales al alza, la crianza podría convertirse en algo menos costoso en términos económicos y mucho más placentero. Que el hombre más rico del mundo tenga 14 hijos es quizá una pista de lo que podría estar por venir si la sociedad y la economía despiertan de su letargo gracias a las nuevas tecnologías.