Redactor de economía y mercados. Doctor en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Un día se preguntó cómo cotizaba un bono y ya no hubo vuelta atrás.

La inflación de EEUU volvió a relajarse en abril y, de nuevo, más de lo esperado. El índice de precios al consumo (IPC) desaceleró una décima hasta el 2,3% interanual tras su vistosa caída de tres décimas en marzo. En la misma línea, la muy observada esta vez lectura intermensual arroja un repunte del 0,2% cuando se temía un calentamiento de la métrica hasta el 0,3%. Por su parte, el IPC subyacente, que excluye elementos volátiles como la energía y los alimentos y en los últimos tiempos se ha mostrado más 'pegajoso', se mantuvo en abril en el 2,8% interanual, si bien su lectura intermensual, sobre la que también pendía el temor a un 0,3%, fue igualmente del 0,2%. Este conjunto de datos, si bien difícilmente crean el hueco que necesita la Reserva Federal para poder bajar los tipos de interés, certifican que la desinflación, aunque lenta, siguió su curso pese al convulso abril de los aranceles.

Son cada vez más los expertos que analizan y advierten del riesgo de que EEUU caiga en la trampa de Tucídides con China. Al igual que en la Grecia clásica el temor de Esparta ante el ascenso de Atenas llevó inevitablemente a la guerra, hoy existe el riesgo de que la potencia dominante (EEUU) entre en conflicto con la potencia emergente (China) para frenar su auge económico y geopolítico. Sin embargo, la fuerte y estrecha integración económica entre los dos enemigos puede terminar siendo un cortafuegos con el que pocos habían contado. Una sociedad rica como la de EEUU y otra en camino de ello como la de China tienen mucho que perder en cualquier conflicto frontal ("nadie gana en una guerra comercial", dijeron las autoridades chinas hace meses). Tanto tienen que perder ambos países que incluso se han visto forzados a detener de forma abrupta esta incipiente guerra comercial. Parece que ambos se han dado cuenta de que no pueden vivir sin colaborar con su mayor 'enemigo'. El fin del comercio entre EEUU y China supondría el despido de millones de personas en el 'gigante asiático', la paralización de fábricas y la desaceleración de su economía. En EEUU se quedarían, probablemente, sin muchos de los insumos y bienes que necesitan para crecer y consumir, mientras que la economía perdería también gran impulso y los precios subirían. Hay tanto que perder que al final va a resultar más fácil hacer de tripas corazón para sellar un buen acuerdo comercial con un abrazo entre dos enemigos condenados a entenderse.

Entre la amalgama de noticias sobre la guerra comercial lanzada por EEUU contra prácticamente el resto del mundo, las relativas a la pugna con China o a lo que ocurra con sectores como el automovilístico o el farmacéutico han ocupado un lugar destacado. Mucho más discreto ha sido el seguimiento a la amenaza de aranceles que pende sobre un insumo clave que EEUU tiene que seguir importando: la madera. La posibilidad de que se decrete un arancel sobre la misma, llegada especialmente desde la vecina Canadá, ha sido defendida desde la Administración Trump bajo el recurrente argumento de la seguridad nacional (no podemos depender tanto del exterior para un suministro tan estratégico). Sin embargo, elevar las tarifas comerciales a la madera exacerbaría una crisis de la vivienda que está dejando los mismos titulares que en latitudes más cercanas: hay mucha demanda, poca oferta y no se construye lo suficiente. Una decisión de este calado podría desencadenar, en el peor momento posible, una suerte de tormenta perfecta sobre un sector como el de la construcción en el que los costes se han disparado últimamente.

Donald Trump es atrevido, incluso se podría decir que temerario, pero lo que está claro es que no es estúpido. La guerra comercial con China estaba empezando a hacer mella de forma notable en la economía de EEUU. Esto es algo que le podía restar popularidad, pero no suponía su fin. Sin embargo, el presidente de EEUU, probablemente, tenía un miedo mayor y que sí estaba justificado: ver las estanterías de tiendas y supermercados del país medio vacías. En la nación del consumismo, dejar al país sin parte de su variado elenco de bienes disponibles a un precios asequibles puede ser letal. Ya había varios avisos que han podido llevar al equipo negociador de Donald Trump a 'hincar' la rodilla ante China para firmar este fin de semana una tregua en los aranceles y esto es lo que finalmente ha ocurrido (una pausa de tres meses en la que operarán unos aranceles reducidos en más de un 100 puntos porcentuales, una rebaja mucho mayor a la esperada aunque sea de carácter temporal). Que la Casa Blanca haya pasado en pocas semanas de los insultos y los aranceles de tres dígitos a las buenas palabras en pos de un rápido apaciguamiento, evidencia un claro giro que solo puede responder a estos temores de fondo. Como dijeron las autoridades chinas ya a principios de año, "nadie gana en una guerra comercial".

El mayor mercado laboral del mundo se sume en la oscuridad informativa. Los datos sobre el mercado de trabajo brillan por su ausencia en China en los últimos tiempos. La situación, que sería inadmisible en condiciones normales, se vuelve más inquietante porque convive con unas finanzas aún 'tocadas', las dudas sobre los datos oficiales y una presión arancelaria desde EEUU que pone en riesgo millones de empleos.

La guerra comercial lanzada por EEUU contra el resto del mundo, especialmente contra China, amenaza con dejar muchas batallas y la primera de ellas parece haberla ganado Pekín. Cuando la firme posición del gigante asiático tras recibir aranceles de tres dígitos, nada menos, ya ha hecho a la Administración Trump modular su belicoso lenguaje y buscar una pronta negociación, los primeros datos comerciales de marzo y abril han sido bastante reveladores. Si en marzo las exportaciones chinas fueron fortísimas en previsión del latigazo arancelario que ya iba a venir el mes siguiente, en abril se mantuvieron resilientes gracias a que Pekín ha sabido encandilar a otros clientes. Al mismo tiempo EEUU ha visto cómo, aunque en abril su déficit comercial con China se redujo notablemente, en marzo se ensanchó hasta un nuevo máximo histórico con el resto del mundo, precisamente por su virulencia arancelaria. Este primer round deja a un Trump consiguiendo justo lo contrario de lo que quería y a una Casa Blanca en una posición más débil cuando este fin de semana, en Suiza, se siente en una mesa frente al gobierno chino.

En las turbulentas aguas del comercio internacional, un coloso de acero rebosante de crudo ha logrado navegar entre sombras y legalidades difusas. No lleva su verdadero nombre ni ondea su auténtica bandera. Se hace llamar Global, pero en realidad es el Gather View, un buque fantasma (o zombie ship, como lo llaman los expertos) que ha asumido la identidad de un petrolero ya desguazado para cumplir una única misión: llevar petróleo iraní hasta la costa de China sin ser detenido. Su reciente descarga de dos millones de barriles en un puerto gestionado por el gobierno de Shandong no es solo una operación clandestina más, sino un capítulo revelador de cómo las sanciones internacionales se retuercen y rehacen en los pliegues del comercio global, pero al final el petróleo termina llegando a su destino en un movimiento que evidencia el poder de China para retar a EEUU.

El Banco de Inglaterra (BoE por sus siglas en inglés) ha recortado este jueves los tipos de interés en 25 puntos básicos, hasta el 4,25%. Es el cuarto recorte de los tipos desde que el organismo comenzó a bajarlos el verano pasado. La decisión, ampliamente esperada, de la 'Vieja Dama' de Threadneedle Street, como se conoce al banco central (325 años a sus espaldas), se ha producido prácticamente al tiempo que el presidente de EEUU, Donald Trump, ha confirmado un acuerdo comercial de gran alcance con Reino Unido. Los funcionarios del BoE han tomado su decisión de tipos (se suele votar el día previo al anuncio) y elaborado sus cálculos macro sin conocer, en teoría, los pormenores de un pacto comercial clave para la economía, en la medida en la que puede acabar con los aranceles que amenazaban con lastrar la actividad en las islas.

La parálisis económica en la que vive sumida Alemania desde la pandemia discurre paralela a los continuos problemas que enfrenta su histórica industria, hasta hace no tanto ejemplo de éxito para el mundo entero. El surgimiento de un 'nuevo mundo' tras el covid en el que los servicios son más demandados, los tipos de interés más altos, los costes energéticos más elevados (Rusia lo cambió todo al invadir Ucrania) y China ya no es ese cliente excepcional (ha pasado de fiel importador de valor añadido a feroz competidor, solo hay que mirar hacia sus coches eléctricos) ha provocado una sacudida en el sector manufacturero teutón que no parece tener fin. Confiando casi más en la esperanza que en los datos, los analistas económicos germanos llevan meses deseando anunciar que la industria ha tocado fondo y que empieza a remontar a la espera de que el ambicioso estímulo adelantado por el nuevo Gobierno comience a operar. Pero cuando alguna mínima cifra parece apoyar esa tesis, surge algo que prorroga la agonía. Si los aranceles de EEUU ya suponían un amenaza letal a esta recuperación, ahora llegan dos 'estocadas' más que recrudecen la maldición: unas vías fluviales alemanas con muy poca agua para estar en primavera y el nuevo 'cerrojazo' chino con las tierras raras.