Correlación no implica causalidad. Vicente Nieves lleva buscando explicaciones a los movimientos de los mercados y de la economía desde la crisis financiera de 2007. Aún no tiene la respuesta.

El ruido político es cada vez más estruendoso alrededor de la Reserva Federal de EEUU, el banco central más vigilado del planeta. El presidente del país, Donald Trump, está intensificando su labor de acoso y derribo sobre el actual presidente del organismo, Jerome Powell, al que él mismo nombró en su primer mandato en la Casa Blanca. Fiel a la ortodoxia de un banquero central, Powell está pausando los recortes de los tipos de interés con el recuerdo muy presente de la crisis inflacionaria posterior a la pandemia. Enfrente tiene a un Trump que, si en su primera etapa, ya le presionó para que hubiera tipos bajos, ahora lo está insultando prácticamente a diario, ha amenazado varias veces con su despido y ahora parece estar pasando a la acción de una forma más artera.

Hay un enorme yacimiento de petróleo de esquisto que acumula 16 trimestres de récords de producción sin descanso. Desde el tercer trimestre de 2020 hasta ahora, Vaca Muerta, la gigantesca formación de shale oil de Argentina no ha parado de producir más y más petróleo. Tal es su proyección y crecimiento, que algunos analistas creen que Argentina podría estar produciendo de cara a 2030 más de 1,5 millones de barriles de petróleo, frente a los 740.000 de la actualidad. Argentina multiplicaría por dos su producción de crudo y se situaría como un referente en la producción de Sudamérica, adelantando a países como Venezuela, Colombia o Ecuador, con una tradición petrolera más dilatada. Todo gracias a Vaca Muerta. El buen momento de este yacimiento ya no sorprende a la industria, según explican desde Rystad Energy. Su trayectoria ha hecho que los récords se conviertan en algo normal en lugar de ser algo extraordinario.

La economía de EEUU, pese a ser la mayor del mundo y la más importante, se enfrenta a una amenaza que parece insalvable con las herramientas tradicionales. Años de excesos han llevado al país a presentar un déficit público casi estructural que se parece mucho al de los países que protagonizaron la crisis de deuda soberana en la zona euro. Por ahora, la fortísima demanda de dólares ha permitido al Tesoro seguir financiado sus déficits gemelos (el público y el comercial) sin llegar a sufrir una crisis fiscal que parece cada vez más inevitable. Por ello, Donald Trump ha comenzado a colonizar las instituciones y ha puesto en marcha el Plan Pensilvania para abordar este problema de una forma conocida, pero que no deja de ser peculiar para un país desarrollado: represión financiera y erosión del valor de la deuda.

Parece siempre la misma historia y lo es: la escasez de vivienda sigue calentando los precios de un mercado que antes o después termina marcando la vida de todo ciudadano. Son tantos los cuellos de botella que están impidiendo que la oferta alcance a la demanda (ya no vale con eso, puesto que hay un agujero tras varios años de demanda insatisfecha que debe satisfacerse con una sobreoferta de vivienda de varios años) que incluso en un momento como el actual en el que los precios no paran de subir, la oferta tiene serios problemas, no solo para crecer, sino para mantener el ritmo. Los últimos datos del número de viviendas iniciadas son especialmente preocupantes, porque muestra una desaceleración en pleno boom de la demanda y con los precios de los inmuebles disparados.

El gabinete del canciller alemán, Friedrich Merz, aprobó el presupuesto 2025 del gobierno y el plan financiero de mediano plazo, incluyendo un gran aumento en el nuevo endeudamiento neto para ayudar a financiar el desarrollo militar del país. Este año, tal y como indica el documento, el país emitirá cerca de 82.000 millones de euros que aumentará progresivamente hasta emitir 126.000 millones de euros en 2029. Un período de tiempo (2025-2029) en el que se emitirán cerca de 500.000 millones de euros con los que financiar el gasto del PIB de al menos el 3,5%.

En tiempos de creciente presión política para reforzar las redes de protección social, suelen aparecer ideas (que a veces se llevan de forma parcial a la práctica) que van encaminadas a otorgar a las familias o individuos ayudas monetarias prácticamente incondicionales, con el objetivo de reducir la pobreza y la exclusión social. Este tipo de medidas que parecen claras, necesarias y adecuadas son, sin embargo, un arma de doble filo, puesto que en ciertas ocasiones generan incentivos (o más bien desincentivos) que cronifican los problemas de esas familias (trampa de pobreza) al mismo tiempo que incrementan el gasto estructural de unas administraciones que ya parten de unos niveles elevados de deuda pública. Por eso, resulta fundamental confeccionar con sumo cuidado y detalle este tipo de prestaciones para evitar que se generen dichas situaciones. Al mismo tiempo, también son útiles los experimentos limitados para conocer el impacto práctico de estas políticas. En España ha tenido lugar recientemente una de estas prácticas con resultados interesantes. Algunos devastadores para el mercado laboral y otros más positivos a nivel individual.

España vive un periodo paradójico en lo económico: mientras los indicadores 'macro' apuntan a un crecimiento sostenido e intenso, la percepción de los hogares y su situación real términos de renta han empeorado respecto a 2008. Uno de los factores clave detrás de esta disonancia es el fuerte aumento de la presión fiscal, especialmente a través del IRPF. Aunque el déficit público ha mejorado y la recaudación ha batido récords, esto ha sido en gran parte a costa de una renta disponible de los hogares que hoy es más baja, en términos reales, que hace más de quince años. Es decir, mientras que la economía crece en términos agregados, buena parte de los ciudadanos vive hoy peor que en 2008 en términos de capacidad de compra con su renta disponible.

EEUU lleva décadas siendo el modelo para muchos países que buscan la receta del éxito. La mayor economía del mundo ha generado en los últimos 50 años un enorme crecimiento económico que ha convertido a este país en la 'tierra de las oportunidades'. Una de las claves del éxito (son muchas) ha residido en la independencia de la política monetaria y política fiscal, que ha impedido que los diferentes gobiernos del país usen la Reserva Federal a su antojo, lo que podría haber generado grandes crisis inflacionistas como las que se han vivido recientemente en Argentina (antes de Milei) o Venezuela. Aunque EEUU esté a años luz de estos dos países, ya hay expertos (de muy reconocido prestigio) que ven cada vez más cerca el fin de esta independencia entre Gobierno Federal y Fed. La necesidad y la incapacidad de pagar la enorme deuda pública solo tiene dos salidas posibles: el default oficial (impago directo a los acreedores) o el impago silencioso que genera la inflación.

Que los mercados no se hayan vuelto locos y que los analistas llamen a la calma no significa que el futuro de Oriente Medio penda de un hilo. La tensión es máxima y cualquier gesto o escaramuza puede multiplicar los riesgos en una región clave para el suministro energético mundial. Aunque ni a Irán ni a EEUU, en puridad, les conviene un shock en el mercado del petróleo, en este punto es innegable que cualquier chispa puede incendiar la situación (el parlamento de Irán ha aprobado el cierre de Ormuz). Aunque Washington ha intentado focalizar sus ataques contra el régimen iraní en las instalaciones nucleares, el paso dado lo cambia todo y ya tiene sus primeras consecuencias, también en el transporte marítimo, donde los grandes buques que transitan esta arteria vital para el comercio internacional muestran con su comportamiento los riesgos a los que se enfrenta la economía global

La entrada de lleno de EEUU en la guerra entre Israel e Irán podría parecer un punto de inflexión en la batalla de Oriente Próximo que debería estar hundiendo a los mercados. El riesgo de un cierre del Estrecho de Ormuz, controlado parcialmente por Irán, y el riesgo de una mayor escalada bélica debería, en principio, asustar a los inversores en renta variable y motivar a los alcistas del petróleo a apostar por un crudo por encima de los 100 dólares. Sin embargo, los inversores, en general, restan importancia a la escalada, el petróleo cotiza plano, el oro se desinfla y muchos estrategas consideran que el conflicto está contenido, e incluso se muestran optimistas respecto a algunos activos de riesgo.