
El ejercicio 2023 cierra con un récord histórico en el número de ocupados que faltaron al trabajo por enfermedad, accidente o incapacidad temporal. Alcanzaron un promedio trimestral de 856.950 personas, el mayor de una serie que se inicia en 2008, tras superar al que hasta ahora era el máximo registrado: los 835.500 de 2022. La cifra del último año es sorprendente porque supera también la de ejercicios marcados por la pandemia y ha provocado bastante perplejidad entre expertos, interlocutores sociales y el propio Gobierno. La principal pregunta que se hacen es: ¿se trata de un verdadero problema de 'absentismo' que está lastrando la economía y el empleo en España?
El absentismo es un concepto complejo que copa cada vez más titulares, sobre todo desde la pandemia. Los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) muestran que, en 2023, un total de 2,37 personas faltaron a su trabajo en promedio trimestral. Una cifra que también supera los 2,32 millones de 2022, si bien queda muy por debajo del récord de 2020 (3,04 millones), marcado por los ERTEs.
Hay que tener en cuenta que estos datos fluctúan enormemente según la época del año. Así, prácticamente se duplica en verano o el último trimestre, coincidiendo con periodos vacacionales. Por ello, para analizar su evolución conviene tener en cuenta el promedio anual, que matiza esta volatilidad. Un ajuste especialmente necesario cuando incluimos en el análisis una cuestión tan sensible como las ausencias por motivos de salud.
Estas suponen un 36% del total de faltas al trabajo, frente al 28% que suponían en 2008. Sin embargo, son las más destacadas en los análisis del absentismo, pese a que también han aumentado en número de ausentes las otras causas, como las debidas a las vacaciones o permisos, que explican el 54,5% de todas las ausencias.
El resto de los motivos para que un ocupado no vaya a trabajar que registra el INE son los permisos por nacimiento o adopción (5,4%), estar en ERTEs o en paro temporal por razones técnicas (un 0,7%, muy lejos de los niveles de 2020) o por una huelga (apenas 0,01%). Los casos en los que no se especifica una causa y, por tanto, se pueden asimilar al temido "absentismo injustificado" se sitúan en el 2,97% del total: 70.675 personas al trimestre. Menos de una décima parte que las ausencias justificadas por causa médica.
Estos datos contrastan claramente con algunos estudios que reflejan una cifra muy superior de ausencias "sin causa" a la que refleja la EPA. Además, son estos informes los que vinculan este absentismo sin motivo con el provocado por una enfermedad o accidente. La pregunta es obvia: ¿por qué son más sospechosos que una ausencia por vacaciones, huelga o cuidado de un hijo recién nacido que por un accidente laboral o una enfermedad?
No, pero en este caso la razón que hace que reciba tanta atención no es tanto el número de ausencias como la eficiencia de la gestión de las bajas. Un debate delicado, porque se puede malinterpretar como una acusación a los trabajadores de 'inflar' sus problemas de salud para escaquearse del trabajo (una confusión que, quizá, empieza desde el momento en el que se le llama 'absentismo').
Detrás del debate hay una cuestión económica, que enfrente desde hace décadas a las mutuas y a la Seguridad Social. Las primeras defienden que si sus facultativos dictan las altas se agilizarían los procesos de incapacidad, sin las demoras innecesarias que provoque el hecho de que tenga que gestionarlo un profesional de la sanidad pública. Pero cambiar el sistema en esa dirección es una línea roja que los sindicatos y el Gobierno se niegan a cruzar, aunque apuestan por mejorar la eficacia del sistema.
En cualquier caso, un mayor control de las bajas puede reducir su duración, pero no debería impedirlas ni restringirlas, ya que todas son justificadas. Es decir, el número de personas que faltan al trabajo por estos motivos se mantendría igual, aunque pasen menos tiempo sin trabajar.
Una incógnita sin datos
Al margen de este debate, las causas exactas fdel aumento de las ausencias por enfermedad y su impacto económico siguen sin estar claras, y las hipótesis se entrecruzan. La principal es que hay más asalariados con contrato indefinido, lo que les resta 'miedo' a ausentarse por motivos de salud. Pero ante esta idea cabe objetar que las faltas de los autónomos, un colectivo con menor cobertura en caso de accidente o incapacidad temporal, también se mantiene en niveles proporcionalmente elevados desde la pandemia.
La segunda causa posible sería la opuesta: una mejor gestión de la salud laboral en las empresas y entre los trabajadores por cuenta ajena. Esto contribuiría a explicar la sorprendente evolución de estos datos con relación a la pandemia. En ningún trimestre de 2020 se superaron las 800.000 ausencias por este motivo. En el primer trimestre de 2022 sí se superó este umbral, coincidiendo con la llegada de variante ómicron, especialmente contagiosa: las bajas llegaron entonces a 982.000, récord histórico de los datos trimestrales. Pero a continuación se redujeron sustancialmente. Sin embargo, en ningún momento de 2023 se ha bajado los 820.000 y en el último trimestre se alcanzaron las 893.000 ausencias coincidiendo con el repunte de la gripe), por lo que su promedio es mayor.
En este escenario, aunque la sanidad pública se haya visto más tensionada para tramitar las altas tras un proceso de incapacidad temporal, los datos de productividad no se han visto resentidos. El número total de horas efectivamente trabajadas se situó en 647,6 millones de promedio en 2023, una cifra que no solo supera la del pasado año, sino que es la más elevada después de la registrada en 2008.
Así, los datos de la EPA no retratan un problema del absentismo tan grave ni tan descontrolado como otros análisis plantean, aunque su repunte sea significativo. No tan acuciante, desde luego como la elevada tasa de desempleo, la única de la UE que alcanza los dos dígitos, o la precariedad estructural de los puestos de trabajo,
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